En las primeras semanas de la pandemia todo el mundo, desde la incredulidad y la beatitud de una vida cómoda y previsible, pensamos que esto iba a durar, “lo que duran dos peces de hielo en un whisky ontherocks”, según Sabina,pero no ha sido así.Los meses han ido transcurriendo, las presiones políticas periféricas se han impuesto al sentido común que ha doblegado su cuerpo de batalla como una falange espartana ante las fuerzas de Tebas, en la batalla de Leuctra.
Se ha incrementado la confusión a pesar de que elprocedimiento de ayudas fue impulsado por la clase política con la esperanza de llegar a un relajamiento social imprescindible para reanudar el negocio, los contactos personales e incluso los noviazgos de medianoche.
Pero nada será aquello que perdimos. La realidad insatisfecha por tanta imprudencia cometida nos ha despertado como si nos hubiéramos dormido en una sala de cine de barrio y tras el sueño apareciera en pantalla una película que no recordamos haber comenzado a ver. Este drama es un drama de cine de reestreno con dos o tal vez tres películas seguidas, y sin solución de continuidad.
A la inquietud del confinamiento se ha unido en la segunda ola del virus,–¿o será ya la tercera?– tal vez, la desazónde la impotencia. Los más viejos temen contagiarse porque para ellos es una entrada directa al final de la sesión, mientras que los jóvenes, no todos, pero sí los más irresponsables, prefieren arriesgar y han incorporado la emoción de este riesgo a su vida disoluta como si fuera un deporte extremo.
Ya es imposible rastrear los brotes de contacto pues la gran cantidad de gente contagiada hace inviable perseguir, centrar, ubicar y extirpar el virus en el entorno de los brotes. Ahora estamos más indefensos, ahora somos mucho más vulnerables. Lo malo no es llegar al convencimiento de que nada va a ser igual que antes; lo peor es tener la certeza de que será terrible.
En el mundo de la cultura se viven situaciones dramáticas, bien es cierto que atemperadas por la acción del gobierno de España de dotar de créditos (los llamados ICO de 2020) a muchas industrias culturales para que pudieran pasar los primeros efectos de la crisis económica derivada de todo tipo de confinamiento radical.
Esto sirvió durante 2020 para lograr mantener la producción cultural que en diferentes campos había sido sometida a una posible desaparición y así abrigar un punto de esperanza para que, llegado 2021, pudiéramos, quienes arriesgamos todo lo puesto por mantener el tipo, alcanzar el parnaso de la recuperación… No va a ser así. Antes, al contrario, 2021 se presenta con un paisaje mucho más desolado del que podamos percibir, por ejemplo, si ello fuera posible, al encontrarnos ante un agujero negro que nos engulla fatalmente.
Porque efectivamente un agujero negro se agazapa tras los rincones de la pandemia y arrastra los ánimos maltrechos de quienes todavía confían en que la cosa pública reaccione y nos salve del incendio.
Las instituciones deben apretar el acelerador de las ayudas, del incremento de los créditos, de la bondad de los intereses y de las carencias.
Los que usamos como lengua informativa el valenciano (en esta casa las publicaciones La Traca y lasBandas, que tiene en sus manos, se publican con un 70% de contenidos en valenciano). Y así como decenas y decenas de otros medios, llevamos dos años (2019 y 2020) sin poder acceder a las subvenciones que regularmente recibíamos en años anteriores, a pesar de que en ambos presupuestos de la Generalitat se proveyeron partidas presupuestarias. Tan siquiera se han publicado, “todavía”, dicen en la dirección general de Política Lingüística y no dejan en animarnos siempre que preguntamos, eso sí, sin protestar. Razones habrá. Pero el aire se acaba en la cabina de vuelo y posiblemente suframos muy pronto de hipoxia antes de regresar a la atmósfera. Dejar sin oxígeno a los medios más valencianos, comprometidos con la lengua, es una decisión que puede acabar en tragedia; algunos ya han desaparecido. Otros, resistimos.
Confiemos, por lo tanto, en que 2021 tendrá que ser de nuevo un tiempo de recuperación, de inversión pública en aquellos sectores que más lo necesitamos, y que sea posible finalmente esperar a después del próximo verano para ver si las galeras del paraíso pudieran llegar a nuestras costas y ofrecernos como Homero narró “cantos de sirena” que supieran a helado de vainilla y chocolate.**[El mito de las sirenas habla de unas criaturas que poseen el don de la música y pueden cantar de manera tan hermosa que quiebran la voluntad de los hombres. Sin embargo, su canto los lleva a la muerte.]Mayday.