Hemos ido analizando y expresando nuestra opinión sobre los retos de la educación musical valenciana con la intención de reflexionar en voz alta y de estimular el debate. Eso sí, siempre desde el rigor y aportando argumentos. Esperamos haberlo conseguido.
Muchos jóvenes de mi generación, nacidos en el seno de familias humildes que vivían en zonas rurales valencianas, estábamos destinados a seguir los pasos de nuestros padres: un futuro laboral desarrollado en el campo o en la fábrica. No era fácil para nosotros ir a la universidad.
La educación musical fue una oportunidad para muchos. Supuso la posibilidad para el desarrollo satisfactorio de un proyecto vital y profesional, una especie de tabla de salvación. Así fue en mi caso. Y todo ello gracias a una sociedad musical, la Unió Musical de Llíria, que de manera desinteresada me ofreció un instrumento musical, buenos profesores y una agrupación de gran calidad en la que me integré desde muy joven. Más adelante, y ya como profesional, tuve la inmensa suerte de llegar al Conservatori Professional de Música de Torrent.
Allí encontré a unos excelentes profesionales que hoy son, además, mis compañeros y mis amigos. Todos juntos seguimos, todavía hoy, articulando un proyecto educativo del que nos sentimos cada vez más orgullosos. Una sociedad musical y luego un conservatorio. Sin duda las dos instituciones que más están contribuyendo a un modelo de éxito en el campo de la educación musical, ya que permiten la combinación de los esfuerzos nacidos en el seno de la sociedad civil junto con el impulso de los poderes públicos y la administración educativa.
Una conjunción perfecta. Y solo ocurre aquí, en la Comunitat Valenciana. Algo excepcional admirado en todo el mundo. Esa es una gran verdad. No se puede entender ni apreciar el modelo educativo valenciano si no se respetan y valoran las aportaciones realizadas por ambas instituciones. Cualquier generación debe intentar dejar las cosas mejor de lo que estaban, es un compromiso cívico, y mucho más si se es un servidor público. A ello nos debemos dedicar todos los que estamos en esta aventura de la educación musical. Y nada mejor que hacerlo juntos y con espíritu constructivo. Sobran los proyectos excluyentes. Recientemente hemos asistido a un conato de debate sobre la continuidad o no de las enseñanzas elementales.
Finalmente todo parece indicar que las cosas seguirán igual. Es la postura preferida por todos los agentes implicados: administración, conservatorios, Federación de Sociedades Musicales de la Comunidad Valenciana y los propios sindicatos que representan al profesorado. Pero no se debería renunciar jamás a mejorar, a formular propuestas y reflexiones que conduzcan a mantener vivos y actualizados los proyectos educativos. No estaría mal seguir actualizando los objetivos que se pretenden. Y para ello, nada mejor que articular una visión de conjunto, donde todos nos sintamos importantes e imprescindibles.
También se debe establecer con claridad cuáles son las aspiraciones. Y éstas han de ser muy claras en los tres ámbitos educativos donde aparece la música:
1. La educación musical que se reciba en la educación general y obligatoria ha de ser de gran calidad y propiciar una cultura musical básica para el conjunto de la población escolar. La música no puede ser una “maría”, la presencia de esta asignatura en los currículos oficiales valencianos ha de estar de acorde con la importancia social que adquiere en nuestra tierra.
2. Por otra parte, los conservatorios de música públicos y privados han de seguir formando cada vez más y mejor a los profesionales de la música. No solo en las especialidades de viento, también en las de cuerda. Y estos profesionales han de ser capaces de interactuar en un mundo profesional más exigente y cambiante. Se necesita, cada vez más, un alumnado que atesore el dominio de competencias transversales y profesionales complejas. No se puede renunciar a la búsqueda de la excelencia. Y el peligro que corren estas instituciones es acabar siendo una especie de “torre de marfil” donde cada vez estemos más alejados de las necesidades de la sociedad actual.
3. Las escuelas de música han de asegurar la práctica musical a amplias capas de la población, y han de propiciar que se generalice cada vez más. Hay un peligro que debemos evitar: la desaparición de los músicos aficionados de nuestras bandas, sustituidos por la figura del estudiante que abandona cuando no consigue la profesionalidad. ¿Por qué nos cuesta hoy fidelizar en nuestras bandas a aquellos que solo quieren ser aficionados?
La música no puede ser solo patrimonio de unas élites profesionales. La música es de todos y, en tanto en cuanto más ciudadanos la practiquen, más la dignificaremos. Ahora bien, los proyectos educativos de estas entidades han de experimentar mejoras sustanciales, ya lo hemos dicho. Nuestro modelo nunca ha propiciado la figura del “melómano”, al contrario, aquí el acercamiento a la música se ha hecho estimulando la práctica musical, ofreciendo la vivencia del hecho artístico y no se ha buscado la compilación de saberes teóricos sobre la música, por interesante que pueda parecer también este perfil. Nada es fácil ni lo será. Las grandes amenazas están dentro de nosotros y son el inmovilismo, la autocomplacencia, el derrotismo y el conflicto.
Nadie es más importante. Nadie sobra en el debate. Todos somos parte del problema y de la solución. El futuro es apasionante, pocas cosas encontramos aquí que generen tanto consenso y satisfacción. Se trata, sin duda, de uno de los grandes éxitos del conjunto de la sociedad valenciana. Y hasta aquí hemos llegado, coincidiendo con el fin del curso escolar. El caso de la educación musical sigue abierto y posiblemente nunca se cerrará.