Las metáforas evocadoras siempre funcionan sobre todo en esto tan ambiguo como la crítica musical. ¿De qué, decimos, se enamoró Gustav Mahler, del viento de la naturaleza o de los instrumentos de viento, protagonistas de su Quinta Sinfonía?
Son estos los que en la Quinta, salvo en el Addagieto, se ponen en la proa de la nao que enfila las olas, casi siempre procelosas del relato, hasta hacerse espuma a veces de explosiones y menos de implosiones.
Nosotros nos referimos al enamoramiento definitivo de los instrumentos de viento metal y también de viento madera, para crear su propósito de sinfonía orquestal total, donde suenan al unísono la mayoría de instrumentos, sin vocación, ninguno, de simple acompañamiento sino con protagonismo pero sin estruendo.
Pero no solo es eso, porque la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler es una obra monumental que refleja la profundidad emocional y filosófica del compositor austro-bohemio. Mahler tenía una conexión profunda con la naturaleza y a menudo incorporaba elementos de la misma en sus composiciones.
La Quinta Sinfonía de Mahler fue escrita entre 1901 y 1902, un período en el que el compositor experimentó cambios significativos en su vida personal. La sinfonía consta de cinco movimientos, y el tercer movimiento, conocido como el Scherzo, es particularmente destacado.
Es cuando Mahler crea una atmósfera de energía y vitalidad, donde el viento desempeña un papel determinante. A través de sus imaginativas orquestaciones y el uso hábil de instrumentos de viento, Mahler logra transmitir una sensación de alegría desenfrenada y euforia, a veces, también, cariacontecida. Esta sección puede evocar la imagen de la naturaleza en pleno esplendor, con el viento soplando a través de los árboles y las praderas. Y coincidiendo con la instrumentación de los vientos como vocación total.
Es importante destacar que, aunque Mahler no «se enamoró del viento» en un sentido literal, su habilidad para expresar emociones y experiencias a través de la música le permitió crear obras maestras que trascienden lo puramente descriptivo. La conexión emocional y espiritual de Mahler con la naturaleza y su capacidad para traducir esas experiencias en composiciones musicales son elementos fundamentales que han contribuido a la perdurabilidad y la apreciación continua de su obra, incluida su Quinta Sinfonía.
La Orquesta de Valencia consecha un éxito histórico
La mataforita «La Quinta, cuando Mahler se enamoró del viento y Liebreich lo supo» aparece como una expresión literaria o poética que fusiona elementos biográficos y musicales relacionados con el compositor Gustav Mahler y su Quinta Sinfonía, puesto en solfa nunca mejor dicho por un emergente genio de la dirección, Alexander Liebreich, que está haciendo en València ejercicios de transformismo hacia la excelencia, en una orquesta que ya muchos dijimos que contenía en sí misma tanta virtud. Analicemos los componentes de la frase: «cuando Mahler se enamoró del viento»: Esta parte de la frase sugiere una conexión emocional o inspiración personal de Mahler relacionada con el viento pero sobre todo en connivencia con el instrumental de viento (metal y/o madera). En el contexto artístico, puede interpretarse como una metáfora poética para expresar la creatividad y la inspiración del compositor.
No hay interpretación sin errores como no hay críticas sin torpezas, de manera que centrémonos en lo que más nos sobresalió de la interpretación de la Orquesta de València en el Palau de la Música. Estuvimos el sábado 14 y al decir de los presentes ,que estallaron en una prolongada algarabía de vítores, la OV mantuvo un tono de independencia, sin necesidad de parecerse ni a Abbado ni a Karajan,; fue por contra un ‘sonido Alexander Liebreich’ que se doctoró con la OV con la Quinta de Mahler.
Sí. «y Liebreich lo supo»: porque en estas magias que envuelven las musas de la música clásica, allá por entonces, en el cambio de siglo del XIX al XX, algo pasó para que surgiera una obra como la Quinta de Mahler, tan incomprendida al principio, aunque hoy nadie puede ocultar que se trata de una de las grandes sinfonías.
Y Alexander Liebreich dejó para la historia un algo que muchos pueden ‘percibir de una agrupación musical como es una orquesta: la desenvoltura espontánea, no del ‘sabérselo’, pues eso faltaba, sino del ‘creérselo’. Liebreich consiguió que la Orquesta de València se lo creyera, y de ahí la magnitud del propósito alcanzado
Destacar que el director bávaro no se arredra ni ante precedentes profesorales ni por escuelas asentadas en el panorama europeo, normalmente austroalemanas, sino que trazó en el aire de la imaginación una manera como más auténtica de hacer sonar a Mahler, con los mimbres valencianos (tan de vientos) de la Orquesta de València que ya es con esta versión malheriana parte de su propia historia, la de una agrupación de València, que solo un director con tantos quilates supo reinterpretar sin salirse ni un ápice.
Los vientos, todos memorables, pero destacados por libreto, Raúl Junquera, trompeta y María Rubio, trompa pusieron guinda de un pastel magnífico integrado por todo el viento del que Mahler se enamoró, suponemos, junto a la cuerda y una percusión impresionante, cuando compuso esta obra, al decir de algún músico de la orquesta, tal vez una de las sinfonía smás grandes de la historia.
Empieza fuerte la Orquesta su temporada de abono, y empieza fuerte el Palau, que viernes y sábado, llenó hasta los despachos y las banderas la sala Iturbi, que ahora sí acredita el ayuntamiento de València que, efectivamente esto de la música por valencias musicales y para València, va de veres…