Profesor de Composición de Castilla La Mancha con el Doctorado en artes de la tesis “La Orquesta de vientos como medio de creación y difusión de la cultura contemporánea. Una propuesta personal”.
Un compositor que abre las puertas a las innovaciones musicales con composiciones excepcionales, un ámbito en lo que se siente cómodo trabajando. Èl mismo se define como un “Verso suelto”, una forma de trabajar inmersa en el sonido de diferentes variables.
¿Qué significa la composición para tí y qué aporta en tu día a día?
Definir lo que es la composición para mí es algo complejo porque realmente no deja de ser un oficio, pero en ocasiones también es una forma de entretenimiento. Es a lo que dedicas tu tiempo todos los días, con lo cual transitaría en esa frontera entre la obligación y la devoción, eso sí, desmitificando totalmente esa aura casi divina que se otorga a los creadores para darle una dimensión mucho más terrenal. Creo que, afortunadamente, la idea del compositor inspirado por las musas está totalmente superada en favor de una realidad mucho más mundana: la del compositor de oficio y artesanía, de tareas sufridas y poco glamurosas como escribir y borrar en un bucle casi eterno, de dominar la técnica y compaginarla con la intuición y la experiencia.
¿Cómo definirías tu propio estilo compositivo a nivel general y qué características crees que te definen mejor?
Pienso que la definición de un estilo compositivo, dependiendo de en qué época le preguntes a un compositor, te dará una respuesta u otra muy diferente. Pienso que es un proceso constante de evolución, de aprendizaje, de pulir aristas, pero, sobre todo, de buscar una voz propia o algo en lo que tu aportación sea original y singular. A eso es a lo que creo que aspiran todos los compositores, a tener una voz propia, más allá de la popularidad o el éxito comercial.
En mi caso intento que esa voz quede definida especialmente en el trabajo tímbrico, en la personalidad sonora de los medios instrumentales o vocales a los que va dirigida cada obra. También en una mezcla de artesanía del sonido, con algunas miradas puestas en la innovación y en aportar algo propio y singular al repertorio.
En síntesis, intentar que toda la mezcla de recursos compositivos y de parámetros musicales que maneja el autor, se sinteticen en lo que podría llamarse un estilo personal.
De alguna manera, este estilo tiene, por supuesto, marcadas influencias de todos los autores que uno ha estudiado, que respeta, que son referentes bien por su originalidad o bien por su solidez compositiva. La suma de todo este conocimiento, experiencia, motivaciones y personalidad es lo que creo que podría llamarse estilo.
En cuanto a las bandas de música, ¿qué ventajas destacarías en cuanto a las posibilidades tímbricas y de plantilla que ofrece este tipo de formación para poder componer?
Por una parte, creo que las bandas de música tienen un potencial sonoro todavía por explotar. Encontramos que existen familias instrumentales con un gran número de intérpretes lo que permite una serie de juegos texturales y tímbricos que ninguna otra plantilla posee. Véase por ejemplo la familia de clarinetes donde encontramos prácticamente representada a la totalidad de la familia y en un número alto de componentes. Esto es extensible a la totalidad de las familias de la banda.
Paralelamente, encontramos también la idea opuesta en el uso de instrumentos a sólo, o desde una perspectiva camerística que dotan a la formación de una paleta de colores realmente amplia.
Bajo tu punto de vista, ¿cómo ha evolucionado el repertorio de música de viento?
Por una parte, encontramos un tejido bandístico que combina los aspectos civil, militar, amateur, profesional y formativo. Esto da lugar a un número ingente de formaciones con una actividad artística anual bastante importante, lo cual se traduce en posibilidades de estreno e interpretación para los compositores. Esto lo hace un medio muy atractivo ya que permite que los autores puedan desarrollar una carrera profesional importante por lo que una gran cantidad de autores pueden tener cabida al margen de su propuesta estética. También hay que destacar que, por el carácter popular de la banda no profesional, la cultura en general y tu música en particular, pueda llegar a lugares que en otros medios llegaría con mucha más dificultad, por lo que la banda posee también ese valor de canal de comunicación y difusión del creador.
Sin embargo, esto puede ser un arma de doble filo en el momento se antepone el “gustar” o el “llegar a…” al oficio, a la técnica o a la solidez de la obra. Creo que a cualquier creador le gusta que su música tenga una buena aceptación, pero eso no debe ser un fin en sí mismo, sino más bien, el resultado de una meta mucho más artística que lúdica. En este sentido, creo que vivimos en un momento “multivectorial” en cuanto al repertorio. Por una parte, encontramos autores que plantean un discurso dirigido a esa aceptación pública, incluso sacrificando parte de su potencial artístico (que en algunos casos lo tienen y muy elevado) en una búsqueda de éxito comercial, lo cual me parece muy loable, pero no corresponde con mi punto de vista. Por otra parte, encontramos autores que están realizando una labor importante centrada en crearse una personalidad artística definida, original y en una búsqueda de evolución del repertorio, en conseguir nuevas formas de sonar y en plantear procesos mucho más sólidos desde el plano artístico o intelectual. Cualquiera de estas dos vías –visto aquí desde un maximalismo que, obviamente, no hace justicia a la gama intermedia de propuestas– es perfectamente válida y tiene su propia justificación según donde se coloque el foco, aunque personalmente, prefiero la segunda.
Al margen de estas dos tendencias (insisto, muy reducidas y simplificadas), hay una cuestión que creo que es más preocupante en cuanto al repertorio. Esta cuestión es, ni más ni menos, que observo como se están empezando a olvidar los grandes clásicos de la banda. Autores que han construido gracias a su música lo que hoy en día consideraríamos el “sonido de banda” desde un punto de vista positivo e identitario y que cada vez se ven menos en las programaciones de conciertos. En esta cuestión habría que poner mucho interés, desde la perspectiva de los directores y programadores, ya que estas obras poseen un alto valor histórico y artístico que se está viendo reemplazado por un repertorio menos consistente que busca la inmediatez y el aplauso rápido, pero que socava el propósito artístico y cultural que tienen las bandas. Recordemos que, no en vano, las bandas son consideradas como un “bien de interés cultural inmaterial” (subrayo conscientemente la palabra cultural para que se valore sus implicaciones artísticas y no sólo sociales).
En conclusión, una sociedad moderna, del siglo XXI, debe saber conservar y proteger su patrimonio, respetar sus raíces y seguir avanzando hacia nuevas metas sociales y culturales y sin ninguna duda, las bandas de música tienen un grandísimo poder en esta sociedad. Pero parafraseando a Damocles, Churchill y Sten-Lee “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, seamos responsables pues, sin dejar de disfrutar de un ente tan rico, variado e interesante como son las bandas de música.