Me he esperado a que pasaran unos días desde que terminaran las audiciones de la 136 edición, que ya son ediciones, del Certamen Internacional Ciudad de Valencia, para escribir estas líneas que, sin embargo, ya tenía en mente desde aquel sábado tras confirmarse que ni en tercera sección, ni en segunda, ni en primera, había siquiera una banda valenciana que pudiera haber estado cerca, por puntuación, de llevarse un primer premio en su sección.
Me pongo a escribir finalmente con la noticia de cómo han ido las puntuaciones y las actuaciones en la sección de honor, donde ahí sí, cachondeo al margen porque no había bandas foráneas, “hemos ganado”.
Tras el absoluto desastre que para algunas y algunos supone este resultado, quiero yo, desde aquí, que ya es buen sitio este, denunciar y señalar a los culpables de tamaña afrenta entre los que me encuentro.
Siendo Presidente de la FSMCV Pepe Almería y con este que les escribe Vicepresidente, buscamos asesoramiento erudito en el tema de Escuelas de Música porque intuíamos que mucho había que cambiar en el sistema y necesitábamos de expertos que nos dijesen hasta cuanto eran acertados nuestros diagnósticos y hasta cuán atrevidas nuestras nuevas propuestas.
Para ello, buscamos en la maleza y entrevimos a dos grandísimos profesionales ya en ese momento, convenciéndoles para que obrasen cómo asesores de la FSMCV para el tema educativo. Mucho han andado desde entonces, sobre todo Manolo Tomás, entonces Director del Conservatori de Torrent, más tarde Secretario Autonómico de Educación y ahora responsable de los nuevos proyectos del Ayuntamiento de Valencia, también Remigi Morant de amplia carrera universitaria y federativa tras aquellos años de asesor de la junta directiva en la que estábamos Pepe y yo y en la que se definieron, siempre basados en la calidad educativa, los nuevos paradigmas de nuestras escuelas.
El “modelo propio”
Total, que de aquello salió que el que los chicos y chicas toquen como los ángeles, pues no es lo principal de nuestro sistema, que podíamos perdonar un poco eso para centrarnos en otros aspectos de la calidad educativa como son la realización personal, el aprendizaje a lo largo de la vida, la intergeneracionalidad de nuestras plantillas, el amateurismo, la amistad, la igualdad,… en resumen, lo que llamamos “un modelo propio” aunque no lo habíamos bautizado nosotros así, sino que existía desde siempre y que priorizaba los proyectos sociales, culturales y educativos que conviven con el proyecto artístico en nuestras bandas de música. Bandas que incluso en algunos casos se veían atacadas por este modelo más amplio que invitaba, también, a tocar el piano, la guitarra, el chelo o la dolçaina, instrumentos que, ¡válgame Dios!, para que los quiero yo en la banda con la falta de trompas y tubas que tengo, cuando no hasta de clarinetes y trompetas.
Vino todo ello también porque éramos muchos. Cada día más. Se agonizaba de éxito y pronto nuestros músicos y músicas dejaron de caber en nuestros escenarios. Tuvimos que hacer bandas juveniles, bandas seniors, bandas de los que no podían entrar en la banda porque no cabían, orquestas, orquestas juveniles, grups de dolçainers a manta y hasta dixies bands como le encantaba referir a Almería.
Éramos muchos. Todos los pueblos de más de 500 habitantes tenían su sociedad musical y entre todos ellos, más de 1.000 bandas si sumamos las juveniles, seniors, grandes, y, con algo de atrevimiento, también los grupos incontrolados e incontrolables que se unen para trilogía festera de moros, fallas josefinas, celebraciones tradicionales y otras fiestas de guardar.
El resultado, quince años después, es que nos ganan en los certámenes aquellos que nos tuvieron como modelo y que empezaron a imitarnos y ahora están en la cumbre del nivel artístico, vaticinándoles, desde aquí y desde ya mismo, que pronto dicho éxito artístico les llenará de número y entre tanto número resultará más difícil la selección porque es difícil sostener en una actividad amateur a una masa enorme que disfrute con lo difícil, con el estudio constante y con el reto artístico de la superación y, como señalé el día de Mestalla del 50 aniversario, con una auténtica cultura del esfuerzo, siempre dura y siempre reñida como hemos visto, con la masificación.
Si a todo eso le añadimos los errores de las últimas décadas de nuestro sistema educativo general y familiar, en el que todos saben más que el profesor, habiéndose perdido el respeto al conocimiento y a la obra bien hecha, la administración no acierta con un sistema que tiene que convivir a la fuerza con las redes sociales, los padres… mejor me callo, y los principios inquebrantables que tallan de raíz el pacto educativo entre PSOE y PP -cuando no como aquí, con un Compromis que además dice que el balón es suyo- han echado el resto, pues nos encontramos con el resultado: Que no ganamos ni a la de tres. O sea, ni en primera sección, ni en segunda, ni en tercera.
Los conservadores de siempre querrán que todo vuelva a ser como antes y nos intentarán convencer de que hay que ganar, ganar y ganar. Y para ello, pues ya se sabe la letra con sangre entra, y el que no estudie, a su casa.
Pero, como nos dijo Pau Rausell en el Tercer congreso de Sociedades Musicales, las personas de este colectivo nos podemos clasificar entre conservadores e innovadores casi a partes iguales, quedando después otra tercera parte entre aquellos de posición incalificables o que mutan su opinión según el tema y parámetros sin tener una línea previsible.
Para mí, la solución pasa por avanzar y como casi siempre por la innovación. Hay que asumir el presente y enfrentarse al futuro. Entre los referentes educativos siempre se ha intentado desacreditar los certámenes por ser el elemento competitivo el que los sustenta y estar el mismo alejado de los principios elementales de la educación moderna. Discrepo a día de hoy, y me explico ya que la solución no puede ser volver atrás. La nueva propuesta debería superar lo antiguo y lo actual introduciendo la competición de alguna manera en el proyecto social, lúdico y amateur. Y, ¡ojo!, qué hay quién ya lo está haciendo y va a los certámenes sabiendo que, para el jurado, no va a ser ganador, y sin embargo va.
Sin referencias, sin líderes, sin ganadores es difícil crear la necesidad de mejorar, pero eso tampoco tiene por qué querer decir que tenga que haber perdedores. Ese es el reto. Nadie dijo que fuera fácil. Ni obvio. Pero ¿quién innova en este ecosistema? ¿desde donde se innova en la música de banda valenciana y en el sistema de las sociedades musicales? A eso es a lo que hay que contestar como primera tarea.
Menos mal que en sección de honor todas han luchado a muerte para ganar resultando un nivel inconmensurable que ha separado el honor y orgullo del primero de la bofetada a mano abierta al tercero como ellos mismos han dicho, por tan solo nueve puntos. Nueve puntos no son ninguna bofetada, litreros míos. Sueño pensando en que el año que viene igual tenemos suerte otra vez y disfrutamos de un espectáculo similar o mejor todavía con el resto del G6 y alguna de las grandes bandas de por ahí afuera que se atreva y asome.
Gracias Manolo por todo lo que sé que te ha costado esto. Ahora solo falta la guinda, la continuidad. Llegar es fácil, dicen, mantenerse, no.
*Pedro Rodríguez ha sido Presidente de la FSMCV desde 2014 a 2019