El Certamen Internacional de Bandas de Música “Ciudad de València” ha retornado a sus pasiones.
O eso pretenden, aunque sea de otra manera. Cuando era más internacional y las sociedades valencianas convivían en uso de vecindad con sus visitantes extranjeras, cuando los seguidores de unas y de otras acudían con ánimos de emociones desatadas y el bocata de sobaquillo a la plaza de toros, que eso sí era un fiestorro…
Eran otros tiempos, antes de que todo fuera pervirtiéndose en una hipérbole inaprensible de gestos y expresiones vacuas, de abusos premiables y de quedarse todo en todo caso; así se fueron yendo los foráneos y aquí, los de casa, se lo fueron repartiendo como si fueran restos de una merienda de cumpleaños, encerrados en el Palau de la Música, sin que casi nadie se enterara, simulando una contienda musical que no existía, porque si vas tú yo no voy…
Ahora, en este Certamen del rearme, aunque de momento solo sea un rearme moral, parece que todo está pasando como si ocurriera en un laboratorio experimental. Bajo el escrutinio de voces expertas y con tres rivales de aúpa, los tres perteneciente al G6 que es como la “liga de fútbol profesional” pero en bandas de música valencianas convirtieron el domingo en una final explosiva de fútbol, perdonen la metáfora.
Dos fases y una alerta
El Certamen 2024 ha tenido dos fases bien distintas, una, la primera, con alerta incluida, cuando, a medida que transcurrían las secciones, tercera, segunda y primera, se advertía que las foráneas se iban llevando hacia Colombia, Galicia, Portugal, incluso con segundos para Ourense, también Galicia y Getafe, como si las valencianas, que alardean tener el sistema transversal más sólido del planeta, con más de 550 sociedades musicales, se iban a casa con poco o con muy poco en el zurrón.
Saltan las alarmas, como si un Certamen fuera un termómetro –tal vez lo sea– que pudiera poner en cuestión el sistema, sobre todo el educativo, el formativo. Pero el aviso a navegantes indica que hay que reflexionar desde dentro y desde fuera sobre qué nos falta y qué dejan de hacer quienes tienen la responsabilidad de pensar y proponer. Sobre lo que hay que reformar y decidir. No es cosa fácil porque son cuestiones sobre las que hay acertar porque sus efectos nunca son inmediatos, sino, antes, al contrario, serán visibles a largo plazo. Desde las instituciones públicas hasta la FSMCV –de cuya inacción en este tema es patente desde la pandemia y cuya irrelevancia está poniendo en cuestión su propia existencia, al menos como está ahora concebida–, y el motor de los ayuntamientos obligados por ley a proteger un Bien de Interés Cultural, que de servir para algo debe ser para cuidar de la música de banda.
La fase final, una explosión de calidad que condujo a tener tres ganadores
Estamos acostumbrados ya desde hace algunas décadas a que la Sección de Honor caía en una irrelevancia perversa, y, entre otras razones, porque los grandes no se habían –salvo excepciones– enfrentado entre ellos. Se observaban para evitar confrontaciones. El miedo a perder.
Pues bien, desde la racionalidad y los acontecido el domingo en la gran final afirmamos con rotundidad. En la Sección de Honor de esta 136 convocatoria del Certamen de València no hubo ningún perdedor. Todos ganaron. Porque la música de banda no puede ser parangonable con una competición deportiva.
Si alguien sabe de estas cosas de verdad, con objetividad, valorará como insignificantes las diferencias de tres puntos entre el primero y el segundo, y de seis entre este y el tercero (la Unió Musical de Llíria, La Artística de Buñol y la Armónica también de Buñol, ocuparon el podio).
Y permítasenos una afirmación grandilocuente: Tras escuchar, presenciando, todas las actuaciones, cualquiera de las tres podría haber ganado sin despertar suspicacias, más allá de las inducidas por la decepción, que casi siempre es sicológica.
Las tres vencieron, y solo algún matiz que intentamos imaginar sin constatación, las diferenció en un arco de nueve –si solamente nueve puntos–.
He aquí, pues, la gloria de esta convocatoria, la 136 del certamen más longevo del mundo. Todas ganaron por una razón bien simple: porque ninguna perdió. Es la grandeza que ha recuperado esta convocatoria que le debemos al Ayuntamiento de València por su afán de dignificar un evento anclado en la desidia.
Que nadie piense, ahora, que la confrontación no ha resultado beneficiosa. La Armónica pudo vencer porque hizo una interpretación vibrante, desde el pasodoble y, sobre todo de la obra obligada de Pere Vicalet: a lo mejor no acertaron con la obra de libre elección, la maravillosa “El Jardín de las Hespérides” de José Suñer con una dirección inolvidable de la banda a partir del inteligente Saül Gómez, pero que tal vez se había escuchado en los últimos años interpretada por otras bandas en otros certámenes (véase por dos veces a la Santa Cecilia de Cullera, una de ellas en el CIBM 2015 y otro en Altea, 2023). ¿Fue eso lo que les alejó de ganar? No lo sabremos nunca.
En sentido contrario el gran acierto de La Artística fue, seguramente también, la elección de la obra de libre elección, “Sinfonía n. 4” de David Maslanka, el compositor norteamericano muy conocido por sus seis sinfonías para banda de música. Su delicada y polisémica obra elegida le acercó al triunfo, en una actuación inolvidable, dirigida por Mario Ortuño, plena de matices secuenciales que, a la vez que superaba a sus vecinos del Litro puso en peligro el triunfo de la Unió Musical de Llíria.
Sí, la Unió de Llíria se llevó la victoria, con una actuación centrada en el virtuosismo academicista, con los alardes justos y con un sonido impecable. También con una dirección de Vicente Balaguer con “orden y concierto”, que dicen los clásicoa, magnífico.
Nunca este Certamen podrá dejar de agradecer a la Unión, al frente de la que está Amparo Esquerdo su decisión por concurrir para confrontarse con la Artística, la Armónica, ambas de Buñol, La Unió de Tavernes de la Valldigna y la Schola Cantorum de La Vall d’Uixó.
Y una nota crítica: se desconocen las puntuaciones de estas dos bandas que ocuparon la 4ª y la 5ª, no se sabe cuál. Y mereceríamos saberlo. Nosotros ya lo hemos adjudicado arbitraria e intuitivamente, pero preferimos ocultarlo sin tener ningún indicio. Agradeciendo, eso sí, la valentía de mostrarse a la opinión pública en los días y semanas del precertamen con un valiente Sergio Alfonso, presidente de la Schola, que ha situado con orgullo su banda sinfónica entre las mejores también con una interpretación acorde al acto al que acudían.
Sería injusto acabar esta crónica sin anotar el esfuerzo de los representantes del ayuntamiento y del Palau de la Música, aunque no es el sitio ni el momento de apuntar algunas cosas mejorables, sobre todo en comunicación con los ciudadanos. Hay que mejorar, pues eso faltaba.
Lo importante es que el Certamen ha vuelto y lo hace despertando pasiones como lo hizo antaño.