En las aulas de filosofía académica –no se equivoquen, hay otro tipo de filosofía– del último tercio de siglo siempre me disgustó que nadie nos explicara las inquietudes del franciscano Guillermo de Ockham, que allá por el siglo XIV –el siglo de la peste negra de la que murió–, inquietudes que son sin duda determinantes en algo que hoy se da por aceptado, y que entonces le valió la excomunión.
Separó la relación que existía entre Fe y Razón, diciendo que no se tenían que juntar, pues la una no tiene nada que ver con la otra. Dirá que a Dios no podemos llegar a través de la razón y que los dogmas de la fe no son conclusiones de nada, y menos son cosas probables. De hecho, las afirmaciones de fe parecen improbables para la mayoría de los sabios. Ciencia y creencias ya se debatían en siglo tan lejano.
El mérito de Ockham es la posibilidad del repensar y simplificar los argumentarios.
Del oropel y del boato
La FSMCV está pasando un periodo de inconcreción; de hecho, proviene del cambio de presidencia, y desde que la ostenta Daniela González, una dirigente de Pedro Rodríguez que estaba en el lugar adecuado para recoger el testigo cuando este se marchó al Senado como candidato socialista.
Fue muy bien recibida en los ámbitos castellonenses y por afinidad con la dirección política de la Diputación de Castellón, incluso asesoraba por amistad a la responsable de cultura de la entidad Ruth Sanz, poniendo piedras en el camino, método que frecuenta la xilxera, cuando lo considera oportuno, si a ella le conviene.
La falta de transparencia asamblearia cuando llegó a impedir incluso el acceso a la prensa; el resolver con falsedades la controversia sobre el origen catalán de las bandas valencianas en el siglo XIX, acusando a la doctora Elvira Asensi de cosas que nunca dijo; ocultar la cerviz dejando de enmendar un texto confuso porque eran navidades y a quien le correspondiera se le olvido revisar el torpe texto del ministerio de Cultura; dejar muerto de risa en los almacenes de la imprenta, sin recoger, el Anuario del 50 aniversario, casi 600 ejemplares, destinado a nutrir las bibliotecas de los centros escolares con una material de 228 páginas contando la historia de la propia federación porque ella no era la protagonista del 2018.
Repensar se hace desde la navaja de Ockham; es decir simplificando, y no es lugar aquí para establecer las bondades de una gestión que desde la fortaleza y personalidad de Pepe Almería y de Pedro Rodríguez ha ido decayendo hasta una laxitud degenerativa: Primero, por la atemperación de los valores reivindicativos de sus predecesores; segundo, una gestión tutelada desde la ausencia de búsqueda de recursos para las sociedades musicales, reales y directos, más allá de los que se reciben para sustento y boato de la propia federación; tercero, el desaprovechamiento de Turismo en línea con la magnífica gestión de Francesc Colomer de acercar la proyección de la Comunitat Valenciana a una oferta para propios y visitantes basada en valores identitarios del pueblo valenciano, pero que la FSMCV no ha sido capaz de ofrecer ideas con atractivo y proyecciones imaginativas, y nutriéndose por su propio bien en boatos y oropeles excesivamente orquestales…
La desazón que se percibe entre los responsables de CaixaBank –herederos a regañadientes del Bankia Escolta València cuando José Ignacio Gorigoizarri, con su pasodoble a cuestas se llevó en la mochila de presidencia (Bankia) a presidencia (CaixaBank) el programa para la FSMCV sin ampliar su aportación ni su presencia social; a sus colegas de fusión no les gustaba el programa Escolta… Hoy, es un pagaré con vencimiento fijo.
Parece que la guardia pretoriana –no hablamos de toda la directiva, desde luego–, con Daniela González al frente, tiene como función eliminar los proyectos heredados en los que ella no es protagonista, y mantenerse en tono menor en sus políticas informativas, excluyendo cualquier aportación de la sociedad civil y periodística.
Eliminar cualquier debate y ocultar el mapa –no sabemos si lo han hecho y lo ocultan o simplemente no lo han realizado– de los estragos de la pandemia; y lo más visible es que se empeñan en presentar l’Alquería de Julià como si de un palacio real se tratara con su Madame Pompadour, y no una cesión de uso temporal de la restauración llevada a cabo por el binomio Bankia/CaixaBank. Tentaciones patrimonialistas.
Quedan preguntas por resolver: Debates sobre la función de las sociedades musicales de rango excelente –las conocidas como el G6 o G20–; el futuro de la intención de que las sociedades musicales reciban una parte de los fondos federativos para cubrir sus gastos; un presupuesto para resolver, allá donde sea necesario auxiliar, los problemas causados, entre otras muchas cosas por la Covid19 o la despoblación.
La pregunta fina es la siguiente: ¿Cuál es el futuro de la FSMCV si aplicamos la “navaja” de Ockham; a partir de ahí saber si podremos discernir un futuro que pese a todo debería tener un punto de ilusión? Y otra menos fina ¿no sería beneficioso para cualquier directivo hacer una declaración de actividades y de bienes patrimoniales y rentas como lo hacen en cualquier institución que se nutre de fondos públicos?