Les Arts vivió ayer 6 de mayo una de sus tardes noches más deslumbrantes. Con un lleno hasta la bandera, la ópera Tosca de Puccini satisfizo al exigente público valenciano que asistió a un montaje espectacular de Davide Livermore, bajo la dirección musical de Nicola Luissoti, en un montaje del Teatro Carlo Felice de Génova.
El regreso a Valencia de Livermore no pudo ser mejor. Sobre un escenario inclinado en plano secuencia y con plataforma giratoria se escenificó los tres ambientes de la obra: la iglesia de Sant Andrea della Valle, el Palazzo Farnese y el techo de la prisión del Castel SantAngelo.
A pesar del morbo del reencuentro con Valencia después de su sonada dimisión del mes de diciembre, Davide Livermore fue recibido al final, en la ronda de aplausos, con efusión y respeto, ni siquiera un pito o protesta que recordara su affaire reciente. Se había ganado su respeto a base de un gran montaje pleno de magia y poesía.
Las referencias ideológicas y políticas sobre la presencia de la iglesia en la Italia de principios del siglo XIX con la dominación napoleónica, las luchas intestinas entre los republicanos (volterianos en la obra) y los monárquicos reaccionarios se iban reflejando en lienzos multimedia al fondo en un horizonte visual, que aparecían y desparecerían en un collage armonioso donde la iluminación juega un papel determinante para la expresividad del relato.
El Coro de la Generalitat hizo de pueblo compungido y atrevido con un movimiento ritual en el escenario más propio de un gran ballet.
La deformidad del escenario se corresponde con la fatal deformidad del poder de la Iglesia cuando no termina de retirarse a las profundidades de la fe; y pretende seguir influyendo en la política.
Tal vez esa hubiera sido la expresividad principal que Livermore y Luisotti pretendían, pero el relato de amor y violencia en el ámbito de lo personal gana finalmente y en el frontispicio todo aparece en suma como un fresco de amor y violencia que supera con creces la voluntad de los montadores.
La obra del autor de Lucca gira en torno a tres actantes: la bella Tosca que representa a una actriz (la soprano armenia Lianna Haroutounian), el pintor enamorado Mario Cavaradosi (tenor coreano Alfred Kim) y el malvado y sanguinario Scarpia encarnado en el estreno por la presencia incontestable del barítono de Brindisi Claudio Sgura. Los tres se van apoderando de la acción, en un mágico equilibrio sobre el escenario inclinado y fantasmagórico.
Sin olvidarnos de los cantantes de menos recorrido en el argumento, en especial la brillante interpretación teatral –también vocal- del sacristán en manos de Alfonso Antoniozzi y también Alejandro López, Moisés Marín, César Méndez, Andrea Pellegrini y el niño Alejandro Navarro.
Vendidas las localidades desde febrero, la obra se representará en cinco funciones más durante el mes de mayo, y tras su estreno puede decirse que Valencia operística vivió un momento mágico.